top of page

Llibertá

Investigación y redacción por Aida Villazón
Fotografía y dirección creativa de Lucy Henshall
Modelo y protagonista Didi
Estilismo de Carla García López
Asistencia de Clara Pérez
Un agradecimiento especial a Rodrigo Cuevas por su tiempo para asesorar sobre esta historia, y por su música que la inspiró

Pasé del gran Atocha, atestado de gente y traqueteo de maletas, a pasear por el Atocha de las casitas de colores y los graznidos de gaviotas. Los mismos que cada mañana me recuerdan lo afortunada que soy, que me encuentro a escasos metros del mar, que vivo en Gijón, y, para colmo, en el barrio de Cimavilla. 


Salgo a recorrer sus callejuelas en busca de inspiración para este nuevo artículo y no me hace falta forzar nada, pasear es suficiente. Me huele a fabes, a chorizu, a sidra escanciada la noche anterior, ¡eso inspira a cualquiera! Me parece una zona muy divertida de transitar: sus recovecos, el arte callejero que los viste, sus chigres, el acantilado, la Cuesta del Cholo… Pero, sobre todo, el contraste de la gente en la calle. Dos paisanes conversan en la ventana de un bajo, una fuera y otra dentro de la casa, mientras que a su derecha un punky enciende un piti. Sus diferencias se mezclan ante mí con total armonía. 


Cuando la luna reina, Cimavilla se transforma en una juerga absoluta donde todo el mundo es bienvenido.


El único pero que le encuentro al Barrio Alto es que, si queréis dormir bien, más os vale tener tapones a mano. La noche es heavy, para mí en el buen sentido. Cuando la luna reina, Cimavilla se transforma en una juerga absoluta donde todo el mundo es bienvenido. Nada tiene que envidiar a su compañero Fomento, tan cerca y tan lejos. 



Llevo poco tiempo aquí, aunque el suficiente para que sus rituales empiecen a calarme. Por ejemplo, todo el mundo sabe la importancia de acabar la noche en el Bola 8, donde la fauna es de lo más variopinta y exuberante. Aún así, soy consciente de lo mucho que me falta por descubrir al ir integrándome en esta pequeña y flamante jungla. 


Cuando las fieras recogen y se van a dormir, vuelve el silencio con su comercio de barrio. Y yo, ante tal contraste, me pregunto cómo serían los personajes que paseaban y daban vida a las callejuelas, los playos y playas. Es esta curiosidad la que me ha llevado a meter el focicu entre las páginas de distintos libros, como La tinta del calamar de Miguel Barrero o Crónica negra de Gijón de Patxi Poncela, entre otros. También escuché a  varios personajes del barrio. En concreto, el documento con el que más disfruté fue el audio que nos deja Fredesvinda Sánchez, la Tarabica (1928-2013), que empezó a trabajar como pescadora a los 12 años en Cimavilla. 



Todas estas historias nos ayudan a pensar cómo ha ido evolucionando un barrio que no resulta indiferente a nadie. Hay similitudes en el antes y el después, ya que en la época franquista también era un lugar de libertinaje para aquellos que lo concurrían. Por el día, pescadores de bajura, cigarreres y planchadores, mientras que la noche la dirigían borrachos, prostitutas y exiliados. Se podría decir que era una zona segura gracias a sus playos y playas, que se juntaban como una gran familia que acogía a todo el mundo a pesar de las desavenidas turbulencias de la noche. 


Esa misma familia arropó entre sus redes a Alberto Alonso Blanco, más conocido como Rambal o Rambalín (1928-1976). Gracias a la idiosincrasia del barrio, él pudo mostrarse tal cual era, sin esconderse: servicial, el alma de la fiesta y maricón de los pies a la cabeza. Cuando todavía había campos de concentración para gays en España esto era considerado, por desgracia, un milagro. Ese milagro se llamaba Cimavilla. 


Rambal con vecinos - www.eldiario.es

Hablando con una conocida del barrio, me comentó que cada vez que salía el nombre de Rambal a relucir era para destacar su espantosa muerte, la cual generaba mucho morbo. Pude corroborar en mi investigación que efectivamente esto era así, al fin y al cabo es un asunto sin resolver que genera curiosidad. Pero yo quiero centrarme en su vida y en el impacto que puede causar un entorno social u otro en el bienestar de sus integrantes. 


Gracias al suyo, Rambal se permitía el “lujo” de lucirse en shows anunciados previamente por su RRPP, su madre, Concha “la guapa”. En todos ellos se hacía sold out. El barrio entero acudía para dejarse sorprender por lo que había preparado esta vez el artista. Algunos se reían con sorna, pero Rambal les contestaba irónicamente y se las devolvía dobladas, con orgullo. “Voy llamate lo que no te llamaron nunca: mujer honrá”.


No toda su vida giraba en torno a la farra, a Alberto también se le calificaba como “insustituible, auténticu, carismáticu…”, debido a sus aportaciones caritativas. Siempre que alguien necesitaba ayuda él estaba allí. Lo veían como el asistente social de la zona, desde cuidar a los guajes hasta lavar la ropa en el Lavaderu. La Tarabica recuerda con cariño esta plaza ahora repleta de bares, donde solían hacer la colada juntos mientras criticaban y cantaban. A Rambal le define como “demasiado maricón para la época” y también “alguien divinu que si se enamoraba dejaba de trabajar”. Su voz mantuvo y mantiene sus historias vivas.


Y gracias a testimonios como el suyo soy consciente de la burbuja que protegía el Barriu Altu en su momento, y que a día de hoy no ha explotado. Dentro de ella Rambal le pasa el relevo de la llibertá a personas como Didi, que pueden disfrutar de un entorno seguro y ensalzador. 


Me reuní con Didier —Didi para los amigos— en la misma plaza donde Rambal y la Tarabica lavaban la ropa a mano. Sentados en las escaleras y con una botella de sidra en mano, la entrevista se transformó en una conversación amistosa. 


"lo adoro, tiene algo mágico"


Cuando le pregunté por la ciudad que lo había visto crecer, Gijón, me contestó que

«a pesar de ser el lugar que recoge mis peores momentos, lo adoro, tiene algo mágico. Yo sé que voy a venir a morir aquí». 


Resalta que ofrece zonas para todos los gustos y sale a relucir, cómo no, nuestra querida Cimavilla. «Donde se vive por y para la felicidad compartida y no importa la ideología que tengas, mientras que no haga daño a nadie. A mí me cambió la vida totalmente, especial mención a la Plaza donde conocí a personas que me hacen sentir apoyado».



Me comenta que es ahí donde Didi dejó realmente de cohibirse. Antes, en el instituto, se sentía muy sólo e intentaba sobrevivir mientras que a sus amigos de entonces les importaba más encajar que ser reales. «Ahora los chavales se sienten súper empoderados con ellos mismos, con su género y sexualidad. Por ejemplo, a mí me costaba muchísimo ponerme un crop top y ahora veo a personas que se lo ponen muy jóvenes y no hay otros diciéndoles que eso está mal. Sí hay algunos haters, pero no tantos».


A pesar de los avances sociales, reafirma que todavía hay mucho que cambiar. Que aunque la época de Rambal haya quedado atrás, el miedo sigue latente en la vida de las personas del colectivo LGTBI. «Hemos dado pasos gigantescos, hay aceptación y tolerancia, pero aún así todavía existe el miedo. Los que nos atacan también lo tienen, por eso reaccionan. Lo que te puede llegar a hacer alguien por el miedo a lo nuevo, a lo desconocido… Miedo que genera miedo».


En su autorrealización, a Didi le ha ayudado mucho Cimavilla y reconoce la importancia de una zona a la hora de moldear a una persona, dotándole o arrebatándole ciertos privilegios. «Alguien que ha estado en Fomento toda la vida pisa Cimavilla y me ve ahí súper integrado y me va a aceptar mejor. En su zona soy un bicho raro». Indica que «no solo destaca su noche, de día es un lugar muy amable y tranquilo. Antes no era así, fue un sitio evitado y habitado por malandros en el que había prostitución. Un lugar del que no se estaba orgulloso. Ahí te encontrabas a la gente repudiada, ahora a esa gente se le puede elogiar abiertamente».


"Gracias a esta denominación te ves respaldado y no forzado a cumplir con algo que ya está impuesto"


Le pregunto por su relación con el término género no binario, si se siente identificado con esta denominación y cómo le ayuda personalmente.  Él me habla del tema: «Surge porque el sistema está constituido en hombre (masculino) y mujer (femenino) y luego en personas que no se han sentido identificadas con el género que se les ha indicado al nacer. Yo me di cuenta porque me vi obligado a hacer cosas que el género masculino hacía». Explica Didi. «La mayoría de las cosas que te imponen, tú no estás conforme con ellas, ya sea con la forma de ser, con los pensamientos, las conductas, etc. Gracias a esta denominación te ves respaldado y no forzado a cumplir con algo que ya está impuesto».


En este momento la conversación derivó a un interesante debate sobre identidad de género, con ideas como que lo que Didi defendía como una solución a la imposición del sistema podría entenderse como una subordinación al mismo, partiendo de la concepción de que no deberíamos estar obligados ni obligadas a encajar con lo que se espera de nosotros a la asignación de lo que conlleva el género masculino al sexo hombre, ni lo del femenino a la mujer. Crear una categoría intermedia podría entenderse como reforzar esta idea, polarizando aún más los extremos y afianzando los estereotipos asociados al género.


A pesar de ser un tema complejo, y en cierta manera espinoso por su estrecha vinculación a la identidad de cada uno, resultó muy estimulante expresar ideas de forma cómoda, desde el respeto, la curiosidad y la libertad, algo "muy del barrio" como hemos visto hasta ahora.



Y es que, entre sidres y risa, llegamos a la conclusión de que igual lo mejor sería que cada uno hiciese lo que le saliese del mismísimo, independientemente de lo que tenga entre las piernas, que es la conclusión más de Cimata, que podría tener esta conversación.


Para finalizar, le pregunté cómo veía al colectivo en una región rural como lo es Asturias. «Dentro de la comunidad, Gijón es el único sitio que se salva y que la peña no lo ve como en los pueblos. Pero no tenemos colectivos ni asambleas. No es como en las ciudades grandes, como en Madrid o Barcelona. Allí hay sitios en los que todo es inclusivo, dices joder me están siguiendo por la puta calle no tengo donde refugiarme, allí sí».


Resalta la importancia de apoyar las pocas asociaciones que hay en el territorio, destacando la de Xega. «Eran las charlas que nada más empezar el curso esperaba. Han sido gente que después de esas charlas, cuando lo estaba pasando muy mal en casa, pues cogía y podía enviarles un mensaje. Te ayudan no sólo en clase o en el instituto, sino más allá».  Por eso, en Loading… System nos parece muy importante apoyar a este tipo de asociaciones, si queréis indagar un poco su página web es: https://www.xega.org/


—------------------------


Varios meses después de reunirme con Didi, se instala en la misma Plaza del Lavaderu una estatua de Rambal haciendo la colada. Un homenaje que responde con creces a las preguntas que lanza Miguel Barrero en su libro La tinta del calamar:


“¿Podemos desentendernos de aquello que ocurrió en los lugares que habitamos

antes de que nosotros llegásemos a ellos? ¿Late la sombra de lo que fue en 

la percepción de lo que es?”


La sonrisa de Rambalín nos responde, recordando la importancia de mantener la memoria colectiva a lo largo del tiempo.


La sonrisa de Rambalín nos responde, recordando la importancia de mantener la memoria colectiva a lo largo del tiempo. Discerniendo así lo que sí y lo que no debió pasar en el Barrio Alto, dejando que el relevo de la llibertá pase de mano en mano, de barriu en barriu. 









Comments


 Loading...System Creative SL © 2023

bottom of page